viernes, 30 de noviembre de 2012
viernes, 9 de noviembre de 2012
Cruciamentum - Tercer Parte: Finales y Principios
Durante meses he estado deambulando por las profundidades de las Cavernas de los Orígenes, buscando enfrentar y terminar con ciertos aspectos que hace tiempo debían haber sido dirimidos. No obstante, en mis primeros intentos... todo resultó errático, lento y penoso.
El primer encuentro, mediatizados por la virtualidad, fue violento; su primitiva indiferencia, su incapacidad para lidiar con sus obligaciones parentales y laborales, su falta de empatía para entender los sentimientos propios y ajenos... la ambiguedad de los discursos y las acciones... me había atenazado la garganta con sus garras y me había confrontado a todo lo que representaban los Animus en mi vida. Amigos, hermanos, padres... todos los hombres de mi vida.
Años de indefensión |
Pero me enervé... la furía salió de mi corazón como un volcán.... y la debilidad dio paso a una ira brutal. Incluso la figura del Vigilante se diluyó ante mi furia y puse en fuga a la Sombra del Animus Pater; de algún modo puse en fuga a muchas otras formas de Ánimus en torno mío. Soy un misterio horrible para los hombres y su peor pesadilla. Pero yo también huí de ellos, poniendo cercos en torno a mi corazón para no dejarme alcanzar por ninguno... es algo que he empezado a hacer desde hace un tiempo a esta parte.
Luego de ello... con sus marcas sobre mi cuello, por meses, recorrí las Cavernas, huyendo y persiguiendo, hasta que todo perdió sentido.
Durante ese tiempo, y mientras el Tiempo fluía sin cesar hacia su momento cumbre, las herramientas necesarias para salir adelante y terminar con esto, me resultaban esquivas, no las comprendía, estaba aturdido y dolorido por ese enfrentamiento y por todas aquellas veces que no había podido defenderme. El mundo del Animus, violento y provocador, fuerte y agresivo, misterioso, protector y sabio me resultaba incomprensible... me costaba dejarme invadir por sus aspectos.
Desde de mí... y tampoco podía aceptarlo en otros hacia mi.
Recordé mi último encuentro con el Vigilante, el Sabio... encarnación de los Animus de amigos, hermanos y de todos los hombres que estuvieron y no estuvieron en mi vida.
-No puedo ser una persona corriente, sentirme así de débil. No puedo ser tan indefenso. Quiero confiar en tí, pero no te creo... eres ciego, sordo y mudo a las emociones. ¿Cómo puedo confiar en tí? ¿Cómo puedo aprender de tu fuerza?
- Pide ayuda. Deja que cuide de ti... confía.
- ¿Cómo lo hago si no me dices lo que sientes, si siento miedo en tí mismo de lo que yo soy ahora? Sincerate... abre tu corazón y enséñame.
- Depende del Hombre en el que me encarne, soy el Sabio y el Tonto, el Protector y el Guerrero, el Amante, el Ladrón y el Asesino que habita en todos los hombres que te rodean. Es una prueba, y lo sabes. La Sombra ha hecho de todos esos aspectos unos Monstruos que tú has alimentado con los años, con tu inconciencia, con tu debilidad, has atraído hombres pobres, débiles, infantiles, sádicos... sombras de Hombres, cuando deberías haberlos elevado, caiste con ellos.
El Vigilante me habla. Lo escucho con asombro, y horror... no será el Pater Animus Deforme, pero es tan terrible como él, tal vez más.
- Es algo que tendrías que haber pasado hace mucho tiempo... ahora te has movido y empieza una vez más la Prueba. Este año es crucial para todos, para los de tu estirpe en particular... has sido incapacitado con tus propios miedos y anhelos por mucho tiempo... y al aceptar venir a esta Caverna, has podido ver la cara de cada Monstruo en el corazón de los hombres, a quiénes debes derrotar para superarte.
- ¿Todo este tiempo vi lo que estaba ocurriendo y no hice nada? ¿Tú no hiciste nada?
- Traté de estar junto a tí en todas las formas masculinas posibles...
- Mentiroso...
- Mi papel en tu vida es muy especifico, debía cuidarte, prepararte para que te pudieras convertir tú mismo y ejercer desde el Ánimus, equilibrado con el Anima que tienes. La fuerza masculina y femenina que aterra y desconcierta, que protege y actúa. Debes enfrentarlo. No hay otra forma.
- No quiero oir más. No sé quien eres, ni en quién estas, ni quién soy. Se supone que tú me protegerías, se supone que los Animus enseñan y protegen... que estarías allí, pero siempre estuve esperando. Me habías prometido que estaría a salvo... ¿cómo puedo confiar si tú no eres sincero ni puedes mantener tu palabra? Si no tienes el valor para aceptar, para ver... y eso es lo que me haces ser a mi. Yo soy esto... deforme e inútil.
- Lo lamento profundamente, de verdad...
- Me envenenaron. Con la ausencia, el silencio, la espera, las promesas rotas, ni siquiera hechas... ¿qué clase de hombre puedes ser para mi? ¿Qué clase de hombre puedo ser yo? ¿Con qué clase de hombres en la vida me puedo topar? No te conozco.
Entonces me fuí... El Padre y el Vigilante, ambas encarnaciones del Animus, habían fallado o yo les había fallado. Uno loco y cobarde me perseguía, el otro amable y silencioso no sabía ganarse mi confianza. El resultado era mi cobardía y mi desconfiaza. Por meses (y años sin saberlo) estuve así...
Hasta que logré comprender, a través de un sueño, que mi madre y mi hermano también estaban presos de este entramado. Aspectos del Ánima y del Ánimus. No sólo yo. La Madre Silenciada. Era una metáfora real de mi propia Ánima cautiva de los caprichos de los Monstruos, merced de los hombres ambiguos y de doble discurso, de poco sentimiento, abusadores y mezquinos. Nada se cierra hasta que uno mismo lo cierra.
Ella había hecho su movimiento y pude escuchar la voz del Padre Monstruoso, lo que ambos se decían cada vez que se juntaban, sin saber lo que generaban uno y otro:
- No lo mataré. Sólo lo haré como yo... un hombre diferente, pobre, pequeño, insignificante, lleno de promesas incumplidas, de miedos, de destratos y maltratos. Siempre buscando el amor, y nunca encontrándolo... lo haré como soy yo.
Madres y Padres |
Entonces, cuando finalmente había decidido terminar con todo esto, crear lo que pudiera desde lo que había, coincidiendo con los días previos al cierre de un Portal, el Pater Animus, el cuerpo Real, se personificó ante mí.
Debo reconocer que el corazón latió más fuerte, sentí una fuerza enorme inundarme y me pregunté si las emociones más primitivas se apoderarían de mí otra vez, si lo pondría en fuga a base de violencia... porque sentí el miedo en él, inquietud, a pesar de su horrible aspecto... debajo de toda su ferocidad había un hombrecillo perdido, asustado, una criatura primitiva y sola.
El Pater Animus... encarnado y encarnante de los hombres en mi vida. ¿Eran así? Siempre habían sido así... ¿serían diferentes ahora? ¿Podría confiar en ellos, dejarme cuidar? Y más importante aún ¿podría ser a la vez mi propio Animus? ¿Liberarme por fin de esta Prueba?
Sé que aquí no podían llegar ninguno de los otros seres de los planos de la Matrix ni del Mundo Antiguo, pero, por un momento, pude vislumbrar un par de ojos felinos y una sombra que se movía con un vaiven a listones dorados, negros y blancos. ¿Una señal? ¿Era posible? Sea como fuere... él estuvo allí, en el corazón.
Luego... el enfrentamiento final.
Empezó conmigo, una vez más. Hablé y escuché, armé y tejí la historia de la familia que se había construido, detuve los contra-ataques y desmonté sus defensas. Los cortes y golpes que recibí fueron profundos, pero no letales. No había en el Animus Pater verdadera fuerza ya... estaba débil y tembloroso. Tal vez había que ayudarlo a morir...
Y tal vez, porque hay mucha Ánima en mí, o tal vez porque mi propio Ánimus es joven, mi corazón decidió honrar algún aspecto de su antecesor, lo cobijé y lo despedí... en paz.
- Te hiciste una imagen de mi, y crees que ya no puedo cambiar .
- Te corrijo, la imagen la creaste tú. Solo junté los pedazos que habías dejado. Pero ya no más, por mi bien y por el tuyo... esto se tiene que terminar. Ve en paz.
Invoqué el poder del Agua, las emociones, afianzado sobre la Tierra, lo material, con la ayuda del Aire, los pensamientos, y con la pasión del Fuego, la voluntad. Dejé que todo fluyera y consumiera la monstruosidad sobre el Animus Pater... muerte y, espero, renacimiento. Para alguno de los dos...
Para mi ha sido suficiente, estoy agotado y aún no caigo en lo que ha ocurrido.
Quisiera derrumbarme... pero sé que no voy a hacerlo.
Quisiera derrumbarme... pero sé que no voy a hacerlo.
Purificación |
Finalmente, luego de muchos meses, vuelvo a ver la luz de las tierras exteriores a las Cavernas de los Orígenes; alguien me ayuda a caminar hasta la superficie: el Vigilante que ha vuelto, silencioso, preocupado, activo en su cariño hacia mí. Aunque no logro descifrarlo todavía, son los hombres que, aún siendo uno, me siguen siendo un misterio... algun día se revelará, si me queda tiempo.
Algún día encontraré al Hombre Verdadero... en mí o en otro.
Algún día encontraré al Hombre Verdadero... en mí o en otro.
Entonces, sin ningún tipo de contemplaciones, fuimos convocados los involucrados en este drama: Pater (o algo que se encarnaba en esa figuraba, ahora fría y exigente), Vigilante (preocupado, furioso y silente) y Yo (golpeado, bastante cansado y con un humor de mil demonios).
-Felicitaciones, aprobaste. Me has vencido... al menos lo que habías proyectado de mí, la carcasa en la que me había alojado. Exhibiste un coraje extraordinario y claridad mental en la batalla. Estoy muy complacido.
Escucho al Pater Animus a medias, estoy encogido en una silla, tratando de entender todo lo que pasó y lo que va a pasar. Mientras, el Vigilante se mantiene apartado, cerca de una puerta. El Portal que está cercano... mirando al Pater Animus con furioso desdén.
- ¿Me darán una medalla?
- Entiendo que estés molesto...
- Usted no entiende nada. Se convirtió en un monstruo que me atosigó por años, alimentado por mi... tiene encadenada a mi familia, rodea a cada uno de los hombres que he conocido, se escondía en cada uno de ellos... nunca eligiéndome, y ahora acepta sus errores... pero ya no quiero saber más, estamos en paz, ya está. Váyase usted tambien.
- No te ganó el enojo, ni el odio; tuviste compasión por la figura real, por lo que dijo... has podido ser amoroso. Y a pesar de todo, crees que fue injusto.
- Creo que es mejor que se vaya, como él se fue... en paz, antes de que cambie de opinión y recupere mi fuerza.
- No estamos en el negocio de "lo justo", Gato. Este Ritual nos prepara para la guerra, para la vida y para la muerte, para el amor adulto.
- Tú lo anuncias, es él y los de su estirpe los que pelean, sufren y viven. Y los que mueren. Los que a veces no pueden ser felices. Hay una diferencia...
- Vigilante, si no te molesta, guarda silencio.
- El Cruciamentum se completó. Terminamos, no hay más motivo para que estes aquí.
- No exactamente. Él aprobó, tú no. Los Animales Sagrados no son los únicos que deben desempeñarse en esta situación, son puestos a prueba todos aquellos que los rodean, en este Ritual, en especial a los Animus. Y voy a pedirte que te apartes de manera inmediata. Ya no hace falta Animus como tú a su alrededor.
Eso me deja sorprendido... mi Vigilante, ¿sancionado? Aunque sigo enojado con él, con su forma de ser... una parte de mi se preocupa. No puedo evitarlo.
- ¿Bajo qué argumentos?
- ¿Bajo qué argumentos?
- El amor apegado que sientes por él, hace que confundas los roles, volviéndote también incapaz de un juicio claro e imparcial. Y acechas en cada hombre como yo lo hice. Pero tú sientes verdadero amor, esta vez el afecto del padre por el niño... cuando te asomes desde el corazón de otro, sentiras el deseo, y la preocupación, del amigo, del amante... y eso es inutil para la causa. Sería mejor que no tuvieran más contacto... el Animus ya está en él. Déjalo solo, déjalo crecer.
- No me iré a ninguna parte.
- No esperaba que accedieras. Los Animus relacionados con los Felinos son rebeldes por naturaleza, tercos y pasionales, pocas veces colaboran. Sin embargo, si interfieres en lo que vendrá en las próximas semanas... se te castigará. En cuanto a tí, Gato... felicitaciones otra vez.
- Muerase... en paz.
- Si... bueno... que muchacho tan pintoresco.
Partir... en paz. |
Y entonces se marchó; ese aspecto tan distante del Animus Pater que nunca tuve cerca se fue, se marchó como lo había hecho su encarnación. En paz... o lo más parecido a la paz. Un ciclo se había cerrado.
Sólo quedamos el Animus y Yo. El Vigilante y el Gato. Pero no nos miramos. El Animus Pater había dicho mucho de él y de mí... de los hombres y de mi... o de mi mismo. Siempre se trata de mi.
Me quedé en silencio, aturdido aún, ahora que se había ido, empecé a sentir el cuerpo temblarme, cada ficha empezaba a acomodarse y aún quedaba por reflexionar lo que había ocurrido. No lo entendía del todo, pero sabía que seguiría habiendo resonancias durante mucho tiempo. Me llevé la mano a la frente y sentí dolor... sangre y cortes. Literalmente me había roto la cabeza, el corazón tardaría en sanar... una cicatriz más que lo desfigure. Tenía que curar mis heridas.
Tomé un paño blanco y lo humedecí en agua pura para limpiarme, cada movimiento me costaba, me mordí los labios... y entonces vi sus manos, grandes y masculinas, amorosas, protectoras, amables. Tomó despacio el paño blanco de entre las mías, pidiendo permiso sin palabras, y lo miré con tristeza y con ganas de llorar... él no me miró, sólo podía ver mis heridas, de las que se sentía responsable.
Podía sentir su dolor por todo lo que había sido dicho y hecho. Sus manos posaron el paño sobre las heridas con la delicadeza propia de
los que saben lo que es el dolor, de los que sienten amor y pueden ver
al otro.
Lo dejé hacer, no quería echarlo ni apartarlo, quería que se quedara y me cuidara. Empecé a confiar... cuando todo habia sido roto, cuando su amor había sido puesto en evidencia, empecé a confiar. Sentí ganas de llorar por lo que habíamos tenido que pasar... allí estaba el Padre que había deseado, el Animus que deseaba en mi, como Animus y como Anima... pero eso era otra historia, otras lineas de reflexión. Tal vez algún día...
Ahora, cerca del final de todas las cosas, el Vigilante sólo encarnaba al Padre y yo podía sentirme Hijo... por una vez.
En el final de todas las cosas... |
miércoles, 31 de octubre de 2012
Puerta X - Animus
Esta es una de las Llaves mas complicadas que me ha tocado encontrar, pues está enlazado con el Ritual del Cruciamentum... una prueba muy larga que ya lleva muchos meses en acción, después de años de letargia absoluta. La historia de cómo la conseguí, y una posible resolución, no está aquí.
Me duele todo el cuerpo y el corazón... con las convulsiones de la Madre Tierra y los movimientos Interiores, el cansancio es extremo y tengo que limpiar las heridas, los cortes, las magulladuras.
Estoy empezando a desarrollar el poder y la habilidad de jugar con el tiempo de Cronos, pues en mi gente está el poder de Kairos.Tal vez todo llegue al final... y el borde al que me aproxime sea el del éxito y no el del desastre.
Un salto de fe, de paciencia y de esperanza.
Los demonios intentan atraparme... pero mi Animus no se ha deformado. Mi Llave Diez no se ha perdido... y el Tiempo Existencial apremia, nos espera...
No te voy a soltar...
Forma Animus |
lunes, 1 de octubre de 2012
Relato III - El Pájaro que no pudo volar [Director´s Cut Version]
Aquí dejo el tercer relato con el que concursé en el Foro de Fantasía
Epica [www.fantasiaepica.com]; obteniendo el segundo puesto del
denominado Relato Detectivesco. Abajo, las bases y el cuento en
cuestión.
Aclaración: debido a las Bases del Concurso, el cuento original tenía una extensión que superaba con creces lo permitido, por esa cuestión tuvieron que se editadas varias escenas y dialogos; aquí como no rigen esas reglas endebles, presento la obra en su totalidad.
Aclaración: debido a las Bases del Concurso, el cuento original tenía una extensión que superaba con creces lo permitido, por esa cuestión tuvieron que se editadas varias escenas y dialogos; aquí como no rigen esas reglas endebles, presento la obra en su totalidad.
Bases:
El relato deberá ser dividido en dos partes: una primera parte donde se narre la serie de acontecimientos que dan lugar a un suceso delictivo sobre el cual sea posible discernir el culpable a través de su lectura. En su segunda parte, que deberá ser ocultada bajo spoiler, se revelará al lector el desenlace de dicha trama siguiendo con el hilo argumental del relato.
El relato deberá ser dividido en dos partes: una primera parte donde se narre la serie de acontecimientos que dan lugar a un suceso delictivo sobre el cual sea posible discernir el culpable a través de su lectura. En su segunda parte, que deberá ser ocultada bajo spoiler, se revelará al lector el desenlace de dicha trama siguiendo con el hilo argumental del relato.
- El Pájaro que no pudo volar -
Director´s Cut
Director´s Cut
Jennifer B. Lance,
tal era su nueva identidad desde hacia un tiempo y a la que se había
acostumbrado, cantaba en voz alta mientras preparaba su bolso de viaje; estaba
feliz de poder volver a Rockfort, su pueblo natal, y que todo se terminara de
manera definitiva en la inefable Waschbaren City.
Dejó de cantar para
dar un sorbo a su capuccino humeante
y delicioso; por una vez en su triste y convulsionada vida sentía que estaba
frente a una nueva posibilidad de cambio favorable, un nuevo comienzo en el que
dejaría atrás su vida relacionada con el sórdido mundo de la noche, de los cerdos
que pagaban por sexo y de las sustancias que hacían que el cuerpo y la mente se
degradaran hasta un punto irreversible.
Mientras acomodaba
su ropa, pensaba que la vida era un juego extraño; en un momento la Ley de los
Hombres te podía juzgar y encarcelar como cómplice de venta de drogas, y al
siguiente momento, la Justicia, a través de los malabares éticos y argucias legales
de dos agentes, te ofrecía la posibilidad de salvarte y castigar a los
verdaderos culpables ejerciendo como una infiltrada para la Operación Lance (de
allí su nuevo nombre).
La operación que la había tenido como informante
encubierta había durado poco más de un año y había sido riesgosa en extremo,
pero había dado sus frutos; y, lo más importante, ella había obtenido su
libertad definitiva. Libre de cargos, libre de las ataduras de su vida pasada;
un futuro mejor la esperaba.
Volvió a coger su
taza y dio otros pequeños sorbos mientras repasaba su vida. Había perdido a sus
anteriores amistades, turbias y ventajistas todas ellas; aunque ella lo veía
como una ganancia. En el proceso, afortunadamente, había logrado ganarse el
afecto de sus dos protectores, los agentes Rag y Urrenti, que le habían dado
esa peligrosa posibilidad de cambio, ahora concretada. Se detuvo un segundo al
pensar en ellos y sonrió; aunque
la primera vez que había visto a ambos los había odiado, se dio cuenta
que había aprendido a amarlos como los hermanos mayores que nunca había tenido.
Era impresionante cómo las situaciones de vida o muerte podían llegar a forjar
y estrechar lazos afectivos.
La sonrisa se le
desdibujó un poco al pensar en la otra persona que había amado en los últimos
meses, un amor que no pudo ser, aunque no podía negar que todavía sentía algo
por él, por el mentiroso de Nitz. Era un hombre de buenas intenciones, pero desesperado,
gris y lleno de promesas vacías, como todo hombre casado.
Tal vez porque su
corazón aún no había podido sanar del todo de aquella relación, Jennifer agarró
su celular y lo encendió; no pudo evitarlo. Lo había apagado esa misma mañana,
luego de la discusión en que se había convertido la despedida con Nitz a raíz
de confesarle que se iba de Waschbaren City.
Con sus
intermitentes chillidos, los distintos avisos de mensajes y llamadas perdidas
se agolparon uno tras otro en el celular de Jennifer.
Tres llamadas
perdidas del agente Rag; al ver la seguidilla de llamados que arrancaban desde
el mediodía, ella torció el gesto como una niña que sabe que cometió una
travesura; se apresuró a comprobar la maquina contestadora y vio que tenía un
mensaje que seguro había llegado mientras ella se estaba duchando.
—Maldita seas, Jen, ¿dónde estas? —la voz
de Liam Rag sonaba irritada en la grabación—. Te pasaré a buscar a las 19:30 hs para ir a la estación de trenes.
Urrenti irá desde la oficina —se
produjo una pausa que transmitía fastidio—. ¿Para qué demonios tienes
celular si no vas a contestar? ¡Más te vale estar lista, no quiero retrasos!
Convivía con el
agente que le había dado asilo y que había creído en ella cuando otros no lo
hubieran hecho, por eso lo quería pero a veces, ese papel de “hermano mayor”,
la exasperaba. Volvió a revisar su celular.
Siete llamadas
perdidas de Nitz y dos mensajes de texto que rezaban: “No te vayas, te amo. Voy a hacerlo por ti, no habrá vuelta atrás. Lo
prometo” y el otro mensaje decía “Voy
a buscarte, no te voy a dejar ir. Nunca te voy a dejar”. El último enviado
a las 18:13 hs; eso implicaba que estaría viajando hacia allí. Jennifer sonrió,
aunque sabía que Liam pondría el grito en el cielo si Nitz llegaba a estar ahí
cuando viniera a buscarla para llevarla a la estación de tren, la halagaba que
aquel hombre mostrara un poco de coraje y peleara por su amor.
Dejó el celular y la
taza de café sobre una mesita y decidió proseguir con el armado de sus maletas;
no había hecho más que dos pasos cuando el pequeño móvil comenzó a sonar. Sin
poder reprimir la sonrisa, cogió el móvil y contestó la llamada.
—Sí que
eres insistente, cariño —dijo ella
con tono de voz serio. Y agregó—: Te dije que no quería volver a hablar
contigo.
—Ya sabes,
nena. Los viejos amigos no se olvidan ni se abandonan —contestó una voz que no era la de Nitz—. Gracias por lo de “cariño”, hace
tiempo que no lo hacías.
—Oh..., perdón, creí que era otra persona… ¿quién
habla? —preguntó
la joven, sorprendida; interiormente sintió cierta aprensión al escuchar
aquella voz, aunque no terminaba de reconocerla.
—Y ahora
dirás que no reconoces a tu viejo amigo Boyd —se rió el hombre por teléfono—. Has sido una niña muy mala; y muy
difícil de encontrar. Los peces gordos caen, y los pequeños con suerte apenas
sobrevivimos.
—¿Có-cómo
me encontraste? —pregunto
Jennifer, agarrando el pequeño celular con ambas manos, o tal vez sosteniéndose
ella misma al móvil.
—Siempre
hay un soplón dando vueltas, nena. Favores que cobrar y algún golpe de suerte;
creo que tuviste mucha en el último tiempo —dijo Boyd desde el otro lado—. Quiero que algo de esa suerte empiece
a girar para mi lado, nena. Me lo debes, ¿no piensas lo mismo?
—No te
debo nada. Tendrías que pudrirte en la cárcel por todo lo que me hiciste —siseó Jennifer, asustada pero tratando
de recuperarse—. ¡Más te
valdría a ti desaparecer y dejarme en paz!
—Viviendo
en casa de polis te has hecho toda una ramera bravucona —dijo Boyd, disfrutando del sobresalto
ahogado que pudo escuchar por medio del teléfono—. Tengo una propuesta que hacerte, y más te vale
escucharme. Ahora que eres libre de cualquier cargo y sospecha, estás más que
capacitada para hacer un trabajo de mula, hasta podrías quedarte con algo para
consumo personal, como muestra de mi buena voluntad…
—Olvídalo,
ya no hago nada de esas cosas —interrumpió
Jennifer, con voz fría y airada.
—¡Escúchame
bien, pendeja, más vale que me ayudes o te cortaré el cuello…!
—¡¡Vete a
la mierda y que te jodan!! —gritó
Jennifer y cortó la comunicación.
Temiendo que
volviera a sonar, tiró el celular sobre el sofá; pero no ocurrió tal cosa. Nerviosa,
se llevó la mano a la frente mientras trataba de pensar con claridad; cogió la
taza de café y dio un trago, aunque en realidad ni siquiera era consciente de
lo que estaba haciendo. Decidió llamar a Liam para avisarle lo que había
ocurrido, aunque, antes de que pudiera hacerlo, el timbre sonó estridente en el
silencio del apartamento.
Había alguien en la
puerta.
Sobresaltada, se
llevó la taza al pecho y preguntó: —¿Quién
es?
La respuesta, que se
hizo esperar unos segundos que parecieron eternos, la dejó sorprendida y le
hizo lanzar un suspiro de resignación y preocupación. Se armó de coraje y abrió
la puerta. Sabía que tarde o temprano tendría que abrir; y, después de todo, lo
mejor siempre era enfrentar las cosas.
—¿Qué
haces aquí? —preguntó
Jennifer, todavía alterada por el llamado—. Creí
haberte mandado a la mierda. Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, ya te lo
dije.
La persona frente a
la puerta sonrió y dio un paso al frente.
Jennifer siempre
había pensado que la vida era un juego raro, las idas y vueltas eran como una
ruleta que giraba y giraba, y nunca sabías con quién podías encontrarte al
abrir la puerta de tu casa.
Liam Rag no necesitó
usar las llaves para abrir la puerta de su apartamento, no hacia falta; ésta
estaba entreabierta y eso, dada las circunstancias recientes, no podía
significar algo bueno. En su profesión, nunca significaba algo bueno. Con un
movimiento rápido, incluso elegante, descolgó su mochila y, sin hacer ruido
alguno, la dejó deslizar por su brazo izquierdo hasta el suelo mientras que su
mano derecha buscaba la pistola Bersa 9 mm que se había acostumbrado a llevar
escondida en la espalda. Sin duda alguna se adentró en su apartamento
lentamente, con el arma lista para disparar. El enojo y la creciente inquietud
del día por las llamadas no respondidas de su compañera de apartamento, amiga y
protegida se convirtieron, a un ritmo vertiginoso, en los temores de aquella
tarde de primavera.
El primer indicio de
que algo malo había ocurrido fueron los restos de una taza tirada en el suelo (la taza favorita de Jen),
en un charco de lo que parecía ser capuccino
por el aroma que aún flotaba en el aire. Observó rápidamente a su alrededor y
luego siguió avanzando, con el corazón latiéndole fuerte en el pecho, rogando a
quién quiera que pudiera escuchar, que sus temores no se confirmaran.
Otros indicios
inquietantes: un porta retrato ensangrentado, que solía estar sobre una
estantería, con la foto de Jen y su novio Nitz, estaba caído y con el vidrio
roto a pocos metros de la taza; un poco más allá, también en el piso, el celular de la joven marcaba
las 19:17 hs en su pantalla.
Liam avanzó hasta
salir del pequeño pasillo que conectaba la puerta con la sala; su intuición le
dictaba dos cosas, la primera era que ya no había peligro, no había nadie en su
casa. La segunda le señalaba que todo había salido terriblemente mal.
Dejándose llevar por
su primera corazonada, preguntó: —¿Jen?
Silencio como única
respuesta y su segunda intuición se hizo cruda realidad cuando pudo hacer un
paneo general de la sala y la pequeña cocina del apartamento: sartenes y
cacerolas, platos y vasos rotos, cuchillos desparramados en el suelo, un
reguero rojo que manchaba el piso hasta el sofá y, finalmente, el cuerpo de Jen,
boca arriba y tirado sobre la alfombra, sobre un charco de su propia sangre.
El corazón de Liam
dejó de latir al ver los ojos azules de la chica mirar el techo, sin ver en
realidad.
El arma, que había
sostenido con tanta firmeza y voluntad, tembló un poco y luego se deslizó
lentamente hasta descansar, exánime, al lado de su cuerpo. La fría expresión
que solía adquirir su rostro se desmoronó mientras se acercaba lentamente al
cuerpo sin vida; se arrodilló a pocos pasos de la joven muerta y la contempló,
mordiéndose los labios mientras dejaba su arma en el piso, a su lado. Sabía que
no podía tocarla, no podía alterar las pruebas, pero aún así su mano hizo
ademán de tocar la mano pálida de Jen, la mano que, en un intento de detener la
hemorragia que acabara con su vida, reposaba sobre su vientre.
—¿Qué te
hicieron, qué te hicieron, ay, qué te hicieron? —preguntó al cuerpo sin vida, mientras las lágrimas se
desbordaban por sus ojos, su voz susurrante se rompió en un sollozo mientras
miraba el techo—. ¿Por
qué, por qué…? Hijos de puta, ¿por qué…?
Hundió el rostro
entre sus manos y lloró durante un tiempo, sin importarle nada más que su dolor
y la pérdida de una vida que había decidido enmendarse.
Adrien Urrenti se encontraba en su oficina de la
Departamental de Policías de Waschbaren City, revisando los archivos e informes
correspondientes a la Operación Lance, el caso de narcotráfico y prostitución que
había tenido a Jen como testigo, cuando su teléfono empezó a timbrar. Sin dejar
de leer, de forma automática, atendió el llamado; en algún lugar de su cabeza
sabía que era Liam, averiguando si ya había salido para la estación de trenes.
—¿Urrenti? —escuchó preguntar a una voz compungida.
—¿Liam eres tú? —un resorte en su interior se activó al notar algo en
la voz de su compañero.
—La mataron… —dijo la voz quebrada por la angustia.
—Espera, espera… tranquilízate que no entiendo nada,
¿qué dices?
—Mataron a Jen, Urrenti —un gemido ahogado, tembloroso—. La mataron… ay, la mataron…
—No… Qué hijos de puta… —por un momento, frente al dolor que percibía, Adrien
se paralizó; no obstante, era un hombre duro y profesional y se recuperó
inmediatamente—. ¿Dónde fue?
—En mi casa —Liam hizo una profunda inspiración y, antes de cortar,
pidió—: Ven, por
favor.
El hombre colgó la bocina del teléfono y se quedó
mirando los archivos, luego se pasó una mano por el rostro y suspiró; la voz de
su corazón quedó relegada y dejó que la mente y la profesión se hiciesen cargo
de ahora en más. Sin perder tiempo, se puso de pie y, tras informar que la
testigo Jennifer había muerto, ordenó a los que estaban en su equipo de
investigación que se trasladaran con varias unidades y la policía científica a
la casa de Liam.
Ante la mirada atónita de los hombres y mujeres a su
cargo, que habían conocido y trabajado
en mayor o menor medida con la chica, Urrenti les volvió a instar que se
movieran y no perdieran tiempo; mientras se colocaba su saco, salió de las
instalaciones de la DPWC y abrió la marcha.
Poco más de medía
hora después, la casa de Liam estaba llena de laboriosos agentes y eficiente personal
científico del Departamento de Policías de Waschbaren City; raspaban con
pequeñas espátulas, limpiaban con pinceles polvos reactivos en búsqueda de
huellas, pinzas de metal depositaban pequeñas pruebas en bolsitas de plástico,
guantes de látex cuidaban de mancillar con sus huellas las superficies que
podrían revelar la identidad del asesino, flashes fotográficos destellaban por
todo el apartamento como pequeños relámpagos sin truenos.
Liam observaba,
ensimismado, el cuerpo cubierto por una manta blanca; tuvo que hacer un gran esfuerzo
para apartar la atención del cadáver. El médico forense había determinado la
muerte por desangramiento a causa de una puñalada con objeto punzo-cortante, un
cuchillo que aún no había sido encontrado.
Al recorrer con la
vista el lugar sobre el que los agentes trabajaban, vio que el mismo Urrenti
inspeccionaba la puerta de entrada; no recordaba haberlo visto llegar.
—¿Forzada?
—preguntó con una voz
tenue, aún algo aturdida.
—No, no
está forzada —respondió
Urrenti, mirándolo.
—Le abrió
la puerta, lo conocía —afirmó Liam,
cruzándose de brazos—. Conocía a
su asesino.
Urrenti asintió, iba
a agregar algo más cuando un alboroto fuera del apartamento atrajo la atención
de los allí presentes.
—¡Déjenme
pasar, malditos sean! —gritaba un hombre
de unos cuarenta años mientras se abría paso hecho una furia; llevaba una
gabardina doblada en su antebrazo izquierdo—. ¡Conozco a los que viven aquí!
—¡Nitz,
basta! —se
escuchó gritar a una mujer que lo seguía, una rubia de cabello largo, que
llevaba el pelo suelto y acomodado sobre uno de sus hombros—. No puedes meterte así, volvamos a
casa, esto es para problemas… volvamos a casa, no busques más complicaciones.
—¡Deja de
seguirme! —gritó el
hombre sacudiéndose de encima a la mujer—.
¡No sé cómo me has seguido hasta aquí!
Al ver al novio de
Jen, y a la loca de su mujer, el rostro de Liam se endureció; pese al desagrado
que sentía por aquél hombre, hizo un gesto para que los policías apostados en
la puerta lo dejaran pasar. A su vez, Adrien relajó los músculos, pero no bajó
la guardia ni tampoco dejó de observar con suma atención a los recién llegados.
—¿Liam,
qué ocurrió? —preguntó
Nitz, nervioso—. ¿Dónde
está Jenny? ¿Dónde…?
Entonces la vio. Vio
el cuerpo cubierto por la manta blanca que ahora ya estaba algo manchada por la
sangre y no tuvo que decirse ni preguntarse nada más. Emitió un gemido ahogado
y se quiso lanzar en dirección del cuerpo amortajado, pero Urrenti le cortó el
paso. La mujer que lo acompañaba también vio el cuerpo, gimió y desvió el rostro;
descompuesta, se llevó las manos temblorosas al cabello y se lo acomodó, en un
gesto repetitivo, mientras que se apoyaba contra una pared.
—Estamos
investigando —dijo Liam
escuetamente, mirando a Nitz con una expresión inescrutable preguntó: —¿Qué estas haciendo aquí?
El hombre no pareció
escucharlo por más que se había vuelto para mirarlo al sentirse llamado, luego
volvió la vista hacia el cuerpo.
—Te hice
una pregunta, ¿qué estás haciendo aquí?
—Yo… yo… —el hombre revoleó la mirada,
como si no supiera qué responder a una pregunta que no terminaba de comprender—. Hoy acordamos en vernos… ella y yo…
ella y yo nos íbamos a ir… no quería que esto terminara así, no era mi
intención…
—¿Qué? —exclamó la mujer que lo acompañaba,
agarrándolo del brazo que sostenía la gabardina—. ¿Te ibas a ir con ella? ¿Cuándo ibas a decírmelo? —entonces la mujer se dio cuenta que la
mano de su esposo estaba vendada, y que la tela de su camisa estaba tinta con una
mancha roja—. ¿Qué te
ocurrió? ¿Quién te hizo eso?
—¡Déjame
en paz, Inzain! —exclamó
Nitz, nervioso, escondiendo la mano herida y tapándose la camisa con la
gabardina—. Por una
maldita vez, déjame en paz…
Los ojos de Liam se
estrecharon, se acercó y preguntó: —¿Me
permites? —inspeccionó
la mano vendada e inquirió: —¿Cómo te
heriste de esta manera?
—Hoy… hoy
a la mañana, mientras hablaba desde el trabajo con Jenny, me alteré —explicó el hombre cabizbajo—. Tenía un vaso y me exalté cuando dijo
que se iba a ir. Se rompió y terminé cortándome…
—Qué
historia tan oportuna —comentó Liam.
—¿Qué estás
insinuando? —gruñó el
hombre, retirando su mano de la inspección.
—Esto
es absurdo —dijo la mujer, acariciándose el pelo y aplastándolo sobre su hombro—.
A todos nos pasa cuando nos alteramos, a veces nos volcamos agua, café, bebidas,
sin querer, ¿a quién no le ha pasado?
—¿Hay
alguien que pueda corroborar lo que está diciendo? —preguntó Urrenti—. ¿Alguien que…?
—¿Por qué
no volvemos a casa? Volvamos a casa —interrumpió Inzain,
tratando de agarrar del brazo a su esposo —Vámonos, Nitz. Tú no tienes nada que ver con esto. Diles
que no tienes nada que ver con esto. Díselos.
—Lo
siento, señora, pero entenderá que no pueden venir e irse como si esto se
tratara de una tienda abierta al público —intervino
Urrenti con voz grave y llena de una calma autoridad, la mujer lo miró y negó
con la cabeza, pero no dijo nada—.
Tendrán que hacer declaraciones.
—Ay, me
siento mal, me baja la presión —dijo Inzain
con tono agitado—. No puedo
estar pasando por esto —miró a su
esposo que estaba de pie, con la mirada perdida, y ella se largó a llorar—. ¿Por qué tuviste que meternos en esto,
Nitz? ¿Por qué?
—Va a ser mejor que colaboren, hay preguntas que
hacerles a ambos —sentenció
Urrenti—. Creo que podríamos empezar el interrogatorio en el estudio, ¿qué les
parece? Sería de mucha ayuda su colaboración.
Con aquellas
palabras de Urrenti, con aquél acto de mando, Liam sintió que allí mismo
empezaba realmente la investigación para descubrir al asesino de Jen; su
corazón herido había decidido apoyarse en la fría razón de su mente para
resolver el crimen.
Había pasado una semana y otros tantos
días más desde la muerte de Jennifer y las investigaciones no se habían
detenido ni un segundo desde entonces; el equipo de Urrenti se había tomado a
título personal aquél caso y casi no habían descansado, aceleraban todos los
procesos que podían acelerar y lograron interrogar a todos los que podían estar
conectados con la muerte de la joven.
Fue durante el transcurso de esta noche
que habían llegado a una conclusión.
Sólo Adrien y Liam se habían quedado en la casa del primero hasta altas horas
de la madrugada; el segundo agente no había podido volver aún a su apartamento
y dormía en la casa de su compañero.
—Debemos
saber quién se beneficia con su muerte, siempre se trata de beneficios —indicó Urrenti, dejando su cigarrillo
sobre el cenicero—. Ya
tenemos a los sospechosos.
—Si, tres
sospechosos, tres declaraciones —suspiró
Liam que se encontraba en un sofá, separado de su compañero por una pequeña
mesita—. El
primero, Boyd Perej. Fue su primer contacto cuando llegó a Waschbaren City, el
que la introdujo en todo el bajo mundo del que ella salió —Urrenti se dio cuenta del énfasis que
había puesto Liam en las dos últimas palabras—. Tendría que haber caído en la operación que comandaste,
pero se escapó. El beneficio de su motivo para el crimen: venganza.
Urrenti se quedó en
silencio al principio, luego agregó: —Podría
ser; lo conocía como para abrirle la puerta; pero su declaración está “limpia”,
tiene una coartada bastante sólida. Además, no la mataron durante lo más álgido
de la operación, es raro que intentaran matarla ahora que todo terminó.
Liam asintió y
comentó: —El móvil
es débil. Es una muerte sucia, desprolija. El cuchillo indicaría un arrebato
del momento, es una situación que se fue de control antes que algo premeditado.
Ni siquiera este tal Boyd es tan torpe.
—Eso deja
a nuestros dos principales sospechosos, la pareja del terror: Nitz Gnuranza e Inzain
Mord —Urrenti dio una
larga pitada a su cigarrillo y luego expulsó el humo; se rascó el pecho a
través de la camisa entreabierta mientras miraba a Liam—. Si me preguntas, ambos podrían ser
perfectamente los asesinos; excepto por algo. Sea como fuere, esto cambiaría el
móvil, no sería un ajuste de cuentas, sino un crimen pasional. El cuchillo es
un arma común de este tipo de casos. No habría una premeditación real.
—Es lo más
probable. Por mi parte ya no tengo dudas —Liam puso
sobre la mesita las declaraciones por escrito de los inculpados, sobre cada
informe individual estaba la foto de los imputados—. Jen los conocía, por eso les abrió la
puerta; nunca creyó que esto pudiera pasar, no se lo vio venir.
—¿Quién
crees que fue?
Liam no dudó un
segundo y colocó su dedo índice sobre una de las fotos. Urrenti asintió,
terminó su cigarrillo y aplastó la colilla junto a las otras cinco que ya había
consumido, luego se puso de pie.
—Pienso lo
mismo —se rascó la
incipiente barba y agregó: —Pese a
que considero que la situación se le fue de las manos, tuvo la suficiente
sangre fría como para limpiar sus huellas y tratar de encubrir la mancha en su
ropa cuando volvió —sentenció,
luego señaló con su dedo la otra foto y dijo: —En su caso, creo que se hubiera desmoronado luego de
darse cuenta de lo que hizo; le falta temple.
—Ya
tenemos al asesino de Jen —murmuró
Liam, se frotó los ojos y susurró, recostándose un poco sobre el sofá,
arrebujándose bajo la manta de lana que le había proporcionado su compañero—. Deberíamos repasar una vez más lo
hechos.
Adrien asintió y
dijo: —Entonces, esto fue lo
que ocurrió…
Había alguien en la
puerta.
Sobresaltada, se
llevó la taza al pecho y preguntó: —¿Quién
es?
—Inzain
Mord —contestó una suave y
dulce voz femenina—. La esposa
de Nitz, ¿podríamos hablar?
—¿Qué
haces aquí? —preguntó
Jennifer, todavía alterada por el llamado anterior y ahora molesta por la
presencia de aquella mujer – Creí haberte mandado a la mierda. Tú y yo no
tenemos nada de qué hablar, ya te lo dije.
La mujer sonrió mientras movía la cabeza, negando las
palabras de la joven; dio un paso al frente mientras juntaba las manos en un
gesto de súplica muy incongruente con la expresión cínica y fría que transmitían
sus ojos—. Y a pesar de
todo lo que dijiste, tan obsceno y de mal gusto, como toda tu persona, creo que
tenemos que hablar. Una charla de chicas.
—Estoy ocupada, tengo cosas que hacer, Inzain —dijo Jennifer e intento cerrar la puerta para
evitarle la entrada—. Es mejor que
te vayas antes que…
—Vine a hablar contigo de algo importante, no seas
grosera —dijo la mujer,
impidiendo que le cerrara la puerta en la cara y entrando directamente al
pequeño pasillo que funcionaba como recibidor del apartamento—. Alguna vez en tu vida tendrías que mostrar CLASE,
RESPETO, EDUCACION; pero bueno, eso es como difícil de pedir a las de tu clase,
¿qué se puede esperar de una puta arrepentida como tú?
—¡No estoy de humor para estos ataques histéricos! —dijo Jennifer levantando el tono de voz ante
los insultos de la otra mujer—. Y te prohíbo que…
—TÚ no
estas en condiciones de prohibirme nada a mi —dijo Inzain, levantando el tono de voz y la cabeza, en
una actitud altanera y prepotente—. Ni tú,
ni el hijo de puta de mi marido, porque sé que se siguen viendo. Son dos hijos
de putas. Yo lo sé, los vi, varias veces. Le llenas la cabeza en mi contra. Y
se quiere separar, se quiere separar de mí y ¿culpa de quién és? Todos me
culpan a MI, a la mujer que no supo entenderlo, pero yo no compro ese discurso
barato y patético —lanzó una
risita sin humor alguno, los labios se curvaron en una mueca que enseñaba los
dientes—. No, no,
no… aquí las únicas culpables son las putas como tú. Putas que cualquier hombre
estúpido se encuentra en la calle, putas que le sonríen a los hombres y les
muestran los senos —por un
segundo, retrocedió y se llevó las manos al pecho, inclinando la cabeza, y dijo:
—Me niego a ser la
víctima de esta situación.
—Sal de mi
casa —dijo Jennifer,
tratando de no retroceder ante el avance que le hacia aquella mujer enfurecida—. Mejor que te vayas de mi casa.
Inzain se giró, miró
hacia la estantería que estaba en el pasillo, lleno de adornos y vio el
portarretratos en el que había una foto de Jennifer y Nitz; con un gesto suave,
casi reverente, tomó el portarretrato y lo miró detenidamente.
—Qué
tiernos…
—Inzain, quiero que te vayas ahora…
—Qué tiernos… —repitió.
Al ver las sonrisas
de la foto, el rostro de Inzain se transfiguró en un rictus cruel y demente, aferrando
con fuerza el portarretratos, se dio media vuelta y lo estrelló contra el
rostro de Jennifer, que lanzó un grito de dolor y sorpresa. La taza con el café
salió despedida de su mano y lanzó su contenido caliente en un semicírculo.
Inzain gritó cuando
sintió el líquido caerle en el cuello y parte del hombro, manchando su
impecable blusa blanca; su grito era más una expresión de irracional enojo e
indignación que de dolor.
—¡Maldita
prostituta! —chilló la
mujer mientras la volvía a golpear en la cabeza con el pequeño portarretratos— ¡Mira lo que haces, mira lo que haces,
mira lo que haces!
Jennifer, aturdida,
volvió a gemir y trató de escaparse de los golpes, cubriéndose la cabeza. Sintió
la tibia sangre correrle por el rostro, allí donde las aristas de madera le
había herido el cuero cabelludo, así como también sintió las pequeñas esquirlas
del vidrio astillado; pero no le importó, sólo quería alejarse de aquella loca
que gritaba incoherencias mientras la golpeaba. Con esfuerzo, empujó a la mujer
contra la pared, quitándosela de encima.
—¡¿A dónde vas?! —gritó Inzain, soltando el objeto que usaba para atacar
a su rival—. ¡¿A dónde vas,
loca de mierda?! ¡No te vas a burlar de mi! ¡Me las vas a pagar!
Jennifer avanzó
tambaleante hasta la pequeña sala. En su aturdimiento logró ver su celular y lo
agarró para pedir ayuda; tenía que llamar a Liam. Una mano, mas parecida a la
garra de una arpía, le tiró del pelo hacia atrás y, llena de dolor e impresión,
soltó su celular, que cayó al piso.
Jennifer intentó
zafarse de aquél agarre, defenderse de alguna manera, pero Inzain estaba como
poseída y la obligó a ir hasta la cocina.
—Seguro
que no sabes cocinar, las putas como tú gustan de ir a comer afuera, vaciando
las billeteras, las tarjetas de crédito – chilló furiosa – Y las buenas mujeres
como yo, nos portamos bien, somos niñas buenas. Cocinamos, planchamos,
limpiamos, somos buenas.
Con un grito lleno
de rabia, la enloquecida mujer lanzó a la joven contra los utensilios de cocina
que reposaban en la mesada. Sartenes y ollas cayeron con estrepitoso escándalo,
se rompieron platos y vasos con el impacto mientras que algunos cuchillos se
desparramaban sobre el suelo.
Cuando los vio,
Jennifer intentó alcanzar alguno para asustar a su agresora, pero ésta fue más
rápida. Al ver su intención, la agarró de un brazo y la tiró hacia un costado
mientras ella se apoderaba de uno de los cuchillos.
—¡Ni se te
ocurra, puta! —gritó Inzain
y, con un odio feroz, empuñó el cuchillo y lo clavó, sin pensarlo, guiada por
puro instinto.
Jennifer ni siquiera
pudo gritar, al sentir la hoja afilada adentrarse en su carne, se ahogó en su
propio gemido; miró a Inzain con dolor y estupefacto horror. Ella le devolvió
la mirada, había sorpresa también en su rostro, incredulidad, el primer
destello de un asomo de cordura.
La muchacha
apuñalada se apartó de la paralizada mujer, pudo sentir como su cuerpo se
apartaba del cuchillo; cuando ella misma se deslizó fuera del alcance del arma,
la sangre empezó a manar a borbotones, tibia y espesa.
La joven de cabellera
rubia dio unos pasos hacia el sofá, alejándose de su paralizada agresora;
mientras avanzaba, empezó a dejar un pequeño sendero de gotas rojas, su pies se
arrastraron sobre el vital líquido, dejando borrones rojos sobre el suelo.
Cuando Jennifer llegó al sofá, perdió fuerza y se derrumbó sobre él de forma
aparatosa, manchó parte del tejido del sofá y luego su cuerpo, casi sin
voluntad, se siguió deslizando hasta caer al suelo.
Con sus últimas
fuerzas, intento arrastrarse, gritar, pedir ayudar, pero la vida se le iba con
excesiva rapidez; se quedó boca arriba, mirando el techo, con su mano derecha
sobre el vientre, en un vano intento de evitar que la vida abandonara su cuerpo.
Jennifer contempló
el techo que la había cobijado durante mas de un año, pensó en sus queridos protectores
y en la vida que había podido haber tenido, pero que ahora le había sido
arrebatada.
Su último
pensamiento antes de morir fue que la vida era un juego extraño y que acababa
de ser sacada del mismo.
—Creo que
no hay más que decir, mañana entregaremos el informe —dijo Urrenti, terminando el relato de
lo que él suponía que había ocurrido, haciendo encajar cada una de las piezas y
elementos que había visto—.
Cuando se dio cuenta de que la había matado, Inzain no se desesperó; tuvo la
suficiente previsión para llevarse el cuchillo con el que la apuñaló.
—
Sin contar la sangre fría y el cinismo que tuvo para volver a entrar en la
escena del crimen cuando vio llegar a su esposo —dijo Liam enarcando las cejas,
aunque no había asombro alguno en su expresión—. Cuando advertí esa manía que
tenía con alisarse y acomodarse el cabello, presté mayor atención y me di
cuenta que estaba ocultando una mancha de café en su blusa. Cuando se lo
señalamos en la departamental, durante el interrogatorio, fue donde más se
desorientó.
—Si,
si bien el arma no ha sido encontrada, hay suficientes pistas como para
privarla de su libertad durante un tiempo prudencial hasta que se lleve a cabo
el juicio — agregó Urrenti mientras flexionaba los brazos para desentumecerse
un poco; luego se sentó en el mismo sofá que su compañero.
Ambos
guardaron silencio durante un rato, afuera la noche de la ciudad era
silenciosa.
—Cuando
repasabas los hechos… pude imaginarme como ocurrió, pude verlo todo —susurró Liam, tenía los ojos húmedos—. Ella no se merecía esto, Adrien. No se
lo merecía. Sobrevivir a ese infierno de narcos y prostitución para terminar
muerta por una ama de casa psicópata… no es justo, no tiene sentido.
—Lo sé —dijo el hombre y le tendió una mano—. A veces todo es una gran y reverenda
mierda.
Liam lo miró a los
ojos castaños y cansados y estrechó aquella mano fuerte y grande; se quedaron en silencio durante un buen rato,
pensativos.
Habían resuelto el
crimen. Las respuestas no eran fáciles de hallar y menos aún de digerir una vez
que se las encontraba; mientras la noche avanzaba, los dos compañeros no podían
evitar la esperanza de que las cosas mejorarían al otro día, con la salida del
sol. Así lo deseaban, aunque algo les decía que todo seguiría igual.
—Encontrar
un lugar que sólo nosotros conozcamos… —murmuró
Liam, abstraído. No podía saberlo, pero era la misma canción que había cantado
Jen el día de su muerte.
Urrenti apretó la
mano que tenía entre la suya, suspiró y miró una foto que se habían sacado los
tres hacía unos meses y que reposaba en la pequeña mesa de la sala: Jen, Liam y
él mismo.
Uno de los tres estaba
cansado de aquella vida, unos de los tres lloraría durante mucho tiempo y uno
de los tres era libre como un pájaro, un pájaro que intentó volar hacia lo más
alto.
Hasta que le
cortaron las alas.
Musica para el relato: Theme of Liam (Silent Hill 2 - Theme of Laura) http://www.youtube.com/watch?v=6LB7LZZGpkw |
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